E., filólofo y poeta, vivía en una pequeña habitación junto a "ardillita", un gato tranquilamente blanco.
Las tres únicas ventanas por las que podía ver el precipicio de su mente, estaban cubiertas por unas cortinas espesas.
Pensó en la mujer que lo amó y pronunció "dolor".
Pensó en su madre y pronunció "amor".
Recordó su infancia y la palabra "triciclo" apareció entre sus dientes.
Juntó las palabras en la palma de su mano y con un pequeño soplo las ayudó a volar sobre el precipicio. Perdieron vida y cayeron.
Por las noches se escuchaban pequeños susurros provenientes de ese pozo.
Los años envejecieron junto al filólogo, pero no la voz que repetía aquellas palabras olvidadas en la húmeda oscuridad.
Después de meditar si era capaz de admitir otra vez en su cuerpo esas cadenas de letras, tomó una red y con cautela, para no romperlas, atrapó una y una, se las comió de un momento.
"Ardillita" maulló y se restregó en el pozo, era como escucharlo decir que había más de lo que él pensaba.
E. jaló y jaló, por fin cuando pudo ver que era, leyó "soledad".
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